Por Pablo José Ramírez
Pensando en la siempre interesante cultura de masas, recuerdo aquella memorable serie de diez cómics escrita por Alan Moore e ilustradas por David Lloyd (después también llevada al cine). En ésta se relatan las aventuras de una suerte de anti-héroe, cuyo némesis era ni más ni menos que el Estado. La serie de cómics estaba ambientada en un futuro distópico, presentando un escenario regido por la vigilancia, la disciplina y el control de los cuerpos. Este misterioso enemigo del sistema, se ocultaba bajo la después icónica máscara de Guy Fawkes, usada por cientos de movimientos anticapitalistas alrededor del mundo.
El Estado-Nación como lugar desde el cual se disciplina y administra la vida y los cuerpos es lo que da sentido a eso que conocemos como “ciudadanía”, que en el caso de América Latina y Centroamérica empieza a gestarse a mediados del siglo XIX aproximadamente. Sin embargo, han sido muchos los intelectuales, artistas y movimientos culturales que han pensado por fuera de esta lógica de organización y representación.
El movimiento anarquista del siglo XIX había intentado responder ya a estas preguntas. Cuando en las internacionales socialistas, se enfrentaban anarquistas y comunistas no era raro ver a Karl Marx debatir acaloradamente con Michael Bakunin sobre el papel del Estado en la sociedad. Otro ejemplo es el de la anarco-feminista de origen judío Emma Goldman, que proponía una apropiación del cuerpo a partir de cierto desprendimiento del capital; para lo cual decidió prostituirse, incitó al movimiento obrero a organizar paros y luego es encarcelada en 1916 al distribuir un manifiesto sobre la anticoncepción. [1] En America Latina, el movimiento anarquista encuentra un eco importante en Mexico con el Mayo del 68 o en Argentina con la llegada del teórico italiano Errico Malatesta. Para el movimiento anarquista la única vía de emancipación, era desconocer cualquier forma de autoridad.
En el campo del arte y la cultura, Guy Debord y el movimiento situacionista proponían concebir una sociedad por fuera de los parámetros de cierta performatividad del Estado y del Capital. En este sentido, la consigna del anti-espectáculo, era un llamado a la interrupción de la retórica espectacular del consumo. Otro ejemplo claro en el campo del activismo y la cultura contemporánea, es el Movimiento Zapatista que marca un antes y un después en la forma de hacer política en America Latina. En 1994, con el primer Manifiesto de la Selva Lacandona reivindican la palabra y la poética como el lugar de lo político, desconociendo al Estado mexicano y planteando un proceso de organización propio, desde las comunidades indígenas al sur del país.

Terike Haapoja, El Diccionario Transmoderno, 2014, 19 Bienal de Arte Paiz, vista de la sala. Imagen cortesía de Ciudad de la Imaginación.
El modelo democrático-burgués de Estado parecer triunfar, independientemente de la bandera ideológica que se sostenga; centro, derecha o izquierda, da igual. El gobierno como el lugar desde el cual se administran cuerpos y almas, [2] continúa regido por la idea de la representación democrática y la separación de poderes, influencia del modelo planteado hace poco menos de cuatro siglos atrás por la Ilustración francesa. Bajo este modelo de organización y gobierno, la ciudadanía queda restringida a un ejercicio cuasi autómata de una suerte de virtualidad democrática, en donde las culturas indígenas, las formas de mestizaje radical no ajustadas a los significados de la identidad nacional, y las disidencias sexuales quedan excluidas de este modelo y por ende borrados como sujetos históricos.
Ahora bien, pensando en la Bienal Centroamericana, y siguiendo esta línea de análisis, tocaría entonces preguntarnos por nuestra idea de lo centroamericano y hasta qué punto esta idea está condicionada por la disciplina de los Estados-Nación y supeditada a esas formas identitarias que cada país produce como conjunto de significados de lo nacional.
La pregunta ya no es ¿qué es Centroamérica?. La pregunta es más bien: ¿cómo construimos –al menos en el plano de lo simbólico– una Centroamérica relevante? Para esto considero importante continuar afirmando el lugar de lo específico, es decir, la idea de lo regional sigue produciendo sentidos, ahora más que nunca y tanto la práctica curatorial como la producción teórica deberá ser capaz de traducir y entrar en diálogo con esos otros sentidos.
Esta afirmación de lo regional o de lo especifico debería pasar por dos premisas conceptuales y éticas fundamentales: la primera es intentar afirmar una Centroamérica a partir de cierto “hilado fino”, que permita deconstruir formas de lo nacional y nos acerque a otras subjetividades colectivas que se enuncian desde lugares mas incómodos, y pienso entonces en la obra del artista Benvenuto Chavajay o de Javier Esteban Calvo o en el Diccionario Transmoderno que la artista finlandesa Terike Haapoja desarrolla con comunidades rurales. La segunda premisa es pensar cómo esta especificidad entra en tensión con lo mundial. [3] Es esta tensión la que marca el lugar de lo contemporáneo, el choque entre lo específico concreto y cierto mundial abstracto.
Entonces tal vez de lo que se trata es de replantear un ejercicio de dibujo de una región que está configurada de otra manera, en donde las subjetivaciones colectivas desbordan las fronteras. Los idiomas no terminan acá y empiezan allá y las culturas son mucho más variadas que esa reducción vulgar del multiculturalismo liberal.
Cuando Benvenuto Chavajay, propone tatuarse la cédula de Doroteo Guamuche en la espalda y cambiarle el nombre al estadio “Mateo Flores” por el nombre real del atleta, lo que está proponiendo es un símbolo. El arte se activa como sabotaje político, como un lugar desde el cual el Estado se destruye por un instante; una suerte de corto circuito en la circulación de información. La obra Yooq´ del mismo artista es también un ejemplo de cómo la exposición de una materialidad proscrita como el barro, y un símbolo tan poderoso como el maíz y las tortillas en Guatemala, pueden reivindicarse a partir de la narrativa local: la madre de Benvenuto que en San Pedro la Laguna hacía esas esculturas-tortillas para darle de comer a sus hijos.

Benvenuto Chavajay, YOOQ´, en Exposición MUXU´X, 2015. Imagen cortesía de Ciudad de la Imaginación.
[1] J. Edgar Hoover, fundador y director del FBI, calificó a Emma Goldmann –que junto a Alexander Berkman se convierten en uno de los pilares del anarquismo en Estados Unidos– como una de las mujeres más peligrosas de América.
[2] El filosofo italiano Giorgio Agamben desarrolla toda una idea sobre la idea de gobierno y administración de las almas. Es decir, lo que se administra no son sólo los cuerpos sino la misma subjetividad del ciudadano.
[3] Prefiero utilizar el termino “mundial” en lugar de “global”, el cual refiera a un sentido de más apropiación material y no tanto de cierta abstracción universal.
Pablo José Ramírez (Xela, Guatemala, 1982). Curador, investigador y teórico político. Del 2010 al 2014 fue Director Ejecutivo y Curador para Ciudad de la Imaginación. Fundador y director del Simposio de Arte y Pensamiento Político Contemporáneo “Absurdo” y Co-curador de la 19 Bienal de Arte Paiz, Guatemala. Es curador residente del CPR (Curatorial Program Research) edición Suramérica. Actualmente se encuentra desarrollando una investigación en la región andina y mesoamericana sobre formas de apropiación prehispánica y colonial en el arte contemporáneo.