Por Romina Memoli Amador
Léase despacio:
Mientras las grandes injustas se vuelven cada vez más grandes e injustas, las pequeñas insistimos en malos hábitos y celebramos la ignorancia. Los bosques se talan, las fuentes hídricas se envenenan, el aire se contamina, los suelos se matan y las poblaciones originarias pierden violentamente sus vidas y territorios. Tan minucioso y exquisito ha sido el proceso evolutivo de la vida en la Tierra y hoy, grandes y pequeñas, marchitamos apresuradamente a la Madre. Ante este panorama, las afectadas tenemos la opción de aceptar la pérdida de futuro y ensalzarnos en hedonismo, o de pensar y accionar la amortiguación de la crisis desde nuestro quehacer artístico.
Históricamente, hemos tenido diferentes funciones: informar, criticar, inspirar, entretener, sanar, construir identidades, crear imaginarios, entre otras. Ahora, las creadoras también buscamos tener muestras en museos, galerías y centros culturales, ser seleccionadas para bienales y residencias, recibir interés mediático y visualizaciones, y claro está, vender. Es obvio que necesitamos dinero para subsistir y que nuestra producción artística puede y debe generarnos ingresos, como también es evidente que la difusión y apreciación de nuestra obra es importante para la labor que realizamos. Sin embargo, el valor cardinal del arte habita en su capacidad de construir entendimiento y transformar comunidades. Estas no son épocas de decoración.
Dame play:
Las transformaciones no son ágiles, precisan preparación, insistencia y esmero. La polilla no se hace en un día y tampoco se hace sola; requiere de otros elementos: agua, tierra, aire y sol para la semilla- para árbol- para las hojas- para la oruga- y así. Como mineral de la tierra, conjuguemos. ¡Y juguemos también! Invitemos a todas a jugar y que ninguna se quede sentada. Si no conocen el juego, se lo mostramos. Hay que jugar con inteligencia e intención, con ingenio, con astucia; jugar con pasión, con todos los sentidos, con la tripa. El juego se llama «El arte es de quien quiera comunicarse con todas sus bocas» y se trata de reflectar la luz de tu prisma en el esternón de la otra.
Sabemos qué decir y vamos a decirlo.
Romina Memoli Amador nació en Comayagüela, Honduras, el 25 de julio de 1987. Estudió en el conservatorio London Dramatic Academy (Londres, Inglaterra) en 2008 y obtuvo una Licenciatura en Artes Liberales con orientación en Teatro de Hamilton College (Clinton, NY) en 2009. Realizó una investigación de la Fundación Emerson en el Teatro Campesino (California) donde luego trabajaría como actriz y coordinadora del programa Migrant Education. Entre 2011 y 2014 fue directora del Colectivo Teatral Pandas con Alzheimer, para el cual dirigió ocho producciones escénicas y co-escribió más de 30 canciones para teatro. En 2014, creó Las Paredes Hablan Hn, un proyecto que mezcla video e intervenciones de arte urbano por los derechos sexuales y reproductivos. Actualmente, estudia una maestría en Lenguajes Artísticos Combinados en la Universidad Nacional de las Artes en Buenos Aires, Argentina; y sueña con polillas plateadas y arrecifes de coral.