Exposición en Sala Sur, Museo Nacional, 31 de agosto al 30 de septiembre 2016
«Obra viva» se le llama a la parte sumergida de los barcos. Ese lugar bajo la superficie en el que se incrustan organismos marinos, algas, moluscos o caracolillos puede ser una pista para rondar el trabajo de Rolando Castellón Alegría. Las obras del artista, que gusta en llamarse «nicagüegüense» en guiño a la popular obra satírica y anti-colonial nica, suelen alojar criaturas de toda especie: plantas, utopías, insectos u hongos que pueden crecer, corroer o morir durante el tiempo de exposición. Se descomponen, transcurren, huelen. Son obras vivas que se transforman con las continuas intervenciones del artista o del azar y las fuerzas del mundo.
El trabajo de Castellón propone un hábitat, «lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo, especie o comunidad animal o vegetal». En este espacio de hospitalidad encuentran abrigo tanto elementos orgánicos como las obras de otros artistas, amigos, vecinos y aficionados. En su práctica artística y en la que ha impulsado desde inicios de los setenta como curador y editor hay un lugar de acogida para el otro. Su poética, por tanto, tiene que ver menos con llenar u ocupar que con abrir un espacio de posibilidad. Así trabajaba en una serie temprana en la que el dibujo aparecía cuando retiraba el pigmento, mientras en otras abre pequeños agujeros o rasga líneas sobre el reverso de páginas desechadas. De abrir un espacio de posibilidad se trata en la serie de exposiciones Mayinca, activa desde 2013 en Costa Rica, o en la Galería de la Raza de San Francisco (EEUU), de la que Castellón fue uno de los fundadores y el primer director entre 1969 y 1970. En el periodo californiano, y por su relación con comunidades latinas y chicanas, asiáticas y afroamericanas, el San Francisco Museum of Modern Art lo invitó a encabezar el programa Museum Intercommunity Exchange (MIX), que Castellón dirigió durante un tiempo hasta que desapareció como proyecto diferenciado y su enfoque devino transversal en la programación del museo. Tras ser llamado “curador del tercer mundo”, tal vez por la exposición que él mismo considera como la más importante de las que realizó en el SFMOMA, A Third World Painting and Sculpture, Castellón continuó allí como curador regular hasta 1981. Aquella muestra había constituido una suerte de declaración política. Desde entonces, su trabajo curatorial ha estado informado por la atención a prácticas minoritarias y por un compromiso con el trabajo local, sea el de la San Francisco Bay Area de los setenta y ochenta, la Centroamérica de los noventa o los artistas costarricenses de las últimas dos décadas.
En la X Bienal Centroamericana, la exposición HÁBITAT intenta dar centralidad a una política que no se aloja en el plano de la representación o de los temas, sino en la propia poética de los materiales y métodos de Rolando Castellón: la materialidad pobre, la reutilización del desecho o la condición vulnerable son parte de esa «obra viva», de esa «obra vida». La muestra en la Sala Sur del Museo Nacional reúne obras y documentos desde los primeros setenta, años en que la influyente crítica de arte Marta Traba se refirió al trabajo de Castellón como “una de las más bellas obras sobre papel que se hayan realizado en el continente”, hasta intervenciones en proceso que el artista realiza a manera de «muros». La exposición pone juntas – como de hecho están – muchas facetas del Moyo Coyatzin, “el que se inventa a sí mismo”. Casi tantas como funciones en el sistema del arte (artista, curador, editor, galerista, coleccionista, agitador), el Moyo ha sido varios: Dionisio Alegría, Kan Sin Kinqué, Chupisco Chumico, Kijote de la Cruz, O. Furioso, Mundo Chevón, Crus Alegría. Ha sido todos, incluso Rolando Castellón.
Tamara Díaz Bringas